El lienzo como ventana: un viaje por los escenarios que inspiraron al arte

A veces, al detenernos frente a un cuadro, nos convertimos en viajeros accidentales. Descubrimos paisajes que, ya sea por el ingenio del autor o por su observación minuciosa de la realidad, logran transportarnos a otros mundos. Muchos de estos rincones que cautivaron a los grandes maestros han desaparecido con el tiempo, pero otros permanecen casi intactos, permitiéndonos caminar hoy por el mismo suelo que un día quedó inmortalizado en un lienzo.

Desde el bullicio de las terrazas francesas hasta la serenidad de los jardines italianos o el futurismo arquitectónico contemporáneo, el arte sigue siendo un puente entre la geografía real y la imaginación del creador.

La luz del sur: Van Gogh y las noches de Arlés

En 1888, Vincent van Gogh llegó a Arlés buscando la luz de la Provenza. Las casas coloridas y el laberinto de calles estrechas del sur de Francia impactaron de tal forma al pintor que, durante su estancia, produjo unas 300 obras. Entre ellas destaca Terraza de café por la noche, una estampa de la Place du Forum que captura la atmósfera nocturna de la localidad. Lo curioso es que, si visitamos Arlés hoy, podemos sentarnos en ese mismo lugar, rebautizado significativamente como Le Café La Nuit, que conserva la estética que el genio holandés plasmó.

Más allá del rastro de Van Gogh, Arlés es un tesoro histórico. Es la ciudad con más monumentos romanos después de Roma, lo que le ha valido el título de Patrimonio de la Humanidad. Su Plaza de la República, la catedral de San Trófimo y su imponente anfiteatro son paradas obligatorias para entender por qué este enclave ha fascinado a los viajeros durante siglos.

Del descanso burgués en Normandía a la exuberancia de la Polinesia

La costa francesa también fue el refugio de Eugene Boudin, quien hacia 1860 se obsesionó con capturar la vida social en las playas de Trouville. Sus cuadros reflejan a la alta sociedad de la época disfrutando de los beneficios del mar. Actualmente, Trouville-sur-Mer sigue siendo un destino de desconexión en Normandía, donde las villas elegantes convertidas en hoteles de lujo conviven con edificios históricos como la pescadería normanda de 1936.

Por otro lado, el deseo de evasión llevó a Paul Gauguin mucho más lejos. Durante su primer viaje a Tahití y posteriormente a las Islas Marquesas, el artista quedó prendado de un entorno virgen que cambió su estilo para siempre. En obras como Mujeres bajo las palmeras, Gauguin nos traslada a un paraíso volcánico de orquídeas y selva densa. Este archipiélago, situado al noreste de Tahití, sigue siendo un santuario natural ideal para quienes buscan el contacto más puro con la naturaleza, lejos del asfalto europeo.

Refugios medievales y la furia del mar en Japón

No todos conocen la faceta paisajística de Gustav Klimt, pero en 1913 el artista pasó sus vacaciones en el Lago de Garda, Italia. Allí pintó Malcesine, una de sus obras maestras. Este pueblo medieval, edificado en torno al castillo Scaligero, se asoma al lago rodeado de olivos, cítricos y buganvillas. Sus calles pintorescas siguen siendo un refugio de paz para pasear entre plazas y cafés, tal y como lo hizo el pintor austriaco hace más de un siglo.

Cruzando el mapa hacia Japón, nos encontramos con la fuerza de Katsushika Hokusai y su emblemática Gran ola frente a Kanagawa. Esta estampa del periodo Edo, que muestra el monte Fuji resistiendo ante el embate del mar, es quizá la imagen más reconocida del arte japonés. La prefectura de Kanagawa, en Yokohama, sigue siendo el escenario de este diálogo eterno entre la montaña sagrada y el océano.

El futuro se dibuja a mano: los laberintos de Margritt

Mientras que los clásicos miraban al horizonte, la artista contemporánea conocida como Margritt mira hacia el interior de su imaginación para construir mundos que bien podrían ser el futuro de nuestras ciudades. En su serie Futur/amas, Margritt lleva ocho años diseñando universos arquitectónicos de una densidad asombrosa. Utilizando únicamente lápiz, estilógrafo y una precisión técnica envidiable, crea estructuras laberínticas que beben directamente de la ciencia ficción y el cine.

Su proceso es casi meditativo: no utiliza bocetos previos. Trabaja directamente sobre el lienzo final, guiada por la intuición y referencias que van desde la estética de Giger hasta películas como Interstellar o El quinto elemento. Sus obras, que pueden llegar a medir más de cuatro metros de ancho, son estructuras orgánicas que parecen estar en constante crecimiento. Según la propia artista, sus dibujos nunca están terminados del todo; son universos abiertos que invitan al espectador a perderse en sus puntos de fuga y detalles infinitos.